domingo, 7 de junio de 2015

Sobre estudiantes y caminos inquietantes



Desde que somos críos planeamos un futuro, un destino. Esa idea se moldea, madura y cambia en nuestra cabeza a lo largo de los años. Antes de presentarnos al examen de selectividad aún dudamos sobre cuál será la mejor dirección; el mejor camino que nos lleve hacia nuestro objetivo. Pero tenemos poco tiempo: el siguiente paso es elegir una carrera.

Siempre he sido un fiel amante de los animales. De pequeño pasaba los trayectos de casa al colegio mirando a través de la ventanilla del coche e imaginándome que galopaba por el asfalto a lomos de un caballo. Adopté en casa a todo animal doméstico, sobre todo perros. “De mayor quiero ser veterinario”.

Aquella sería mi profesión…hasta que decidí apuntarme a baloncesto como actividad extraescolar. Comencé con 7 años jugando en el equipo del colegio. No me costó mucho aprender a botar ni a encestar tiros libres. Con el tiempo, empezamos a clasificarnos para campeonatos locales y autonómicos. Llegué incluso a entrenar con jugadores de un equipo de ACB y fui preparado por el mejor entrenador de esa liga. “Seré jugador de baloncesto en la NBA”.

Sin embargo, esa ambición duró en mis preferencias hasta los 17. Sabía que ese deporte no me daría de comer cuando mi cuerpo se agotara de correr. En mi adolescencia también quise ser médico, pues empezando la ESO me sumergí en los estudios hasta llegar al interior del cuerpo humano. Me fascinó. Pero llegó el momento de elegir: ciencias de la salud, ciencias técnicas…o letras. 

Pasé cuatro años estudiando dibujo técnico, levantando figuras en diédrico y diseñando proyectos. Las matemáticas fueron para mí un juego adictivo. La física era atractiva y la química seductora. Mi conciencia se fue cebando entre números y cálculos en un sistema capitalista. “Quiero tener dinero; estudiaré arquitectura”. 

Pero llegó selectividad. La superé y comencé la vida universitaria cursando Geografía. La realidad es que nunca me planteé dedicarme a ese campo, ni mucho menos ser geógrafo. Pero aquel año fue imprescindible. Maduré y mis conocimientos se abrieron hacia nuevos horizontes. Aprendí grandes valores junto a magníficos compañeros. Me enseñaron a crecer y, sobre todo, a tener paciencia. Comprendí que en la vida no es necesario estudiar una carrera para lograr aquello que deseas

No obstante, encontré una que combinaba la pasión de la veterinaria, el trabajo en equipo y la habilidad del baloncesto, la vocación de la medicina, la creatividad del arquitecto y cada una de las esencias de todo aquello que quise ser siempre.

Estudiándola, me he dado cuenta de lo realmente poderosa que es esta profesión. Sin ella no existiría el mundo como lo vemos actualmente, quizá ni se conocería. Es apasionante a la par que sabia y crítica. Su personalidad consigue abarcar al resto de ciencias. Conoce el pasado y se desvive en el presente para luchar por su mejor futuro. Uno incierto. Idéntico al que un día ideé cuando niño.

Sé que en la vida no andaremos por un mismo camino, sino por miles de ellos. Y en nuestra búsqueda no necesitaremos fijar un destino, sino explorar aquellos senderos que tengan la misma dirección. 

Hoy marcho por uno. Quizá mañana me adentre en otro nuevo. Por eso tendré miedo, retrocederé algunos pasos y cogeré impulso para atravesarlo con mayor rapidez. Unas veces se harán más pequeños, otras ensancharán la travesía. Viviré aventuras en muchos y seguiré creciendo. Y en el recorrido que lees, pues dejo escrito, plasmaré consejos en forma de notas para todos aquellos que vienen detrás y se crucen con estos en su marcha.  

Yo, estudio periodismo. Pero seguiré aprendiendo durante el resto de mis días en la gran escuela de la vida.