domingo, 17 de agosto de 2014

Cómo sobrevivir a un libro de Kafka



Con todos mis repetos, siempre Franz Kafka, y sin que un titular robe tu grandeza en la literatura por el simple abrevio de tu nombre, comienzo esta entrada con subjetivas en tu honor después de leer “La metamorfosis” pues, aun siendo yo el insecto que comenzó a leer el libro, todavía continúo vivo y con ganas de escribir. Ahora sí, para todos aquellos que no han emprendido con su dedo el pasar de hoja de un libro de Kafka, o leer su obra, les invito a asentir con sus índices sobre el botón izquierdo del ratón, o continuar leyendo esta publicación. Eso o cómo sobrevivir a uno de sus ejemplares.

Paciencia y tiempo. Aquella tarde alardeaba yo de ambas cuando decidí levantarme del sofá hacia la biblioteca de mi casa. Ya entonces me introduje en el mundo kafkiano sin tener idea del maestro de la metáfora, pero mi subconsciente fue el primero en advertir esa nueva atmósfera que cubría la habitación donde me encontraba y la responsable de acercarme hacia él. Yo, de nuevo, absorto e impulsado por lo subliminal que yacía entre paredes y estanterías, lo cogí. “La metamorfosis”, leí, y ya supe, por mi cuenta, que de mi cabeza no saldría Kafka hasta haberme leído todos los puntos seguidos y apartes, deteniéndome en el final.

Curiosidad. Compartí cuarto con Gregorio, protagonista del libro, de principio a fin. Su historia empieza in medias res, pues ya en las primeras páginas se presenta el problema principal de la ficción y la gran metáfora que no tiene fin incluso una vez acabada la obra. El joven se despierta una mañana convertido en un repugnante insecto y, obligado por su condición física, deja atrás la vida de viajante de comercio con la que había obtenido el capital suficiente para mantener a su familia hasta ese día.

Ganas. Las mismas con la que Gregorio luchaba día a día para sobrevivir encerrado entre las cuatro paredes de su cuarto, convertida tristemente en su cárcel improvisada. Y era cárcel, sí, porque tanto sus padres como su hermana se habían convertido en sus máximos enemigos. Ni la ínfima oportunidad concedieron al joven, aunque insecto, para comprenderlo, a él y a su cambio pues, a pesar de que su hermana Grete lo alimentaba los primeros días tras su transformación, deseaban su muerte con anhelo cuando diéronse cuenta de que Gregorio ya no servía para obtener beneficios económicos, como antaño, pero sí un puñado de disgustos. Incluido un par, sobre todo de la madre, cuando desmayábase de impresión ante la presencia de su propio hijo. Ganas. Las mismas que tuvo Gregorio para escapar, trepar paredes y muros, mientras su padre iniciaba su caza. 

Si fuera este un compendio de recursos con que animar a la gente hacia la lectura de Kafka y sirviera, realmente, para que las conversaciones kafkianas entre varios no acabasen a medias, tal y como dejaron su obra en el intento, no publicaría yo esta entrada sino un manual para obtener beneficios, si lo fuese. 

Un consejo, eso sí, y es que para sobrevivir a un libro de Kafka debes habértelo leído.

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