jueves, 14 de noviembre de 2013

Suenan campanas



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Suena el despertador. Como acto habitual de su subconsciente lo apaga. Le encanta rascar esos cinco minutos de más, y qué mejor lugar para hacerlo que en su cama. Caliente. Arropada. Es invierno y hace frío. Después de la lucha interna con la que se enfrenta cada mañana, se levanta. No será la única batalla con la que lidie durante su día. Se mira al espejo. Se peina. ‘’Vaya pelos’’, piensa. Tampoco será la única vez que saque el cepillo del bolso para arreglarse la melena durante su día. Es coqueta. Permíteme aventurarme: guapa, bella. Pero Ella no lo sabe. Pocas cosas se cree de esta vida. Quizás lo que estudia, y que lo hace porque le apasiona. Tiene suerte. Tampoco es lo único que le apasiona. Su familia: tía preferida de sus sobrinos, aunque también nieta, prima o hermana. Sus amigos: todos acuden a Ella para contarle sus problemas. Con gusto los atiende, siente, sufre y soluciona. Siempre.

Suena el altavoz del tranvía: Campus Guajara. Son las ocho y cuarto de la mañana y su primera clase del día en quince minutos. La Historia le fascina. Es capaz de retroceder en el tiempo y vivir entre juglares, campesinos, soldados y reyes. Una de los atributos que más admiro de Ella es su mente fantasiosa. Quisiera adentrarme en esos mundos si pudiese. Si me dejara. Aunque tampoco lo sabe. Siempre una sonrisa tímida se ve dibujada en sus labios. Así la ven todos en la universidad. Y lo hacen porque es inevitable no fijarse. En eso y en que se peine. De nuevo. Quizás lo que más le cuesta es tener que abandonar la facultad tan tarde. Le resulta agotador, pero aguanta. Al igual que los incontables trabajos que tiene que realizar. Aunque los hace con gusto.

Suena el móvil mientras pasea por la calle. Es por la tarde. Toma esos veinte minutos que separan su casa del teatro para relajarse. Aunque no es fácil hacerlo entre bocinas y el bullicio de la gran ciudad. Pero ya sabes, Ella tiene una mente maravillosa. Y sabe sumergirse. Se evade de la realidad, que es dura. Esta vez no puede. Al otro lado del teléfono: su mejor amiga. De nuevo malas noticias. Ella piensa que vive entre la más profunda de las peores casualidades. Ésta impide que vea el lado bueno de las cosas. Su imaginación es su única y máxima aliada. Si no fuera gracias a ella estaría perdida. Y es que una vez sale de sus invenciones le esperan más problemas. Esta vez la muerte. Ha fallecido el padre de su mejor amiga. Pero Ella se dirige a la función. No te lo había dicho, pero es actriz. La mejor de la compañía. Cómo no iba serlo con su ternura, personalidad, su humilde carácter y constancia.  Hoy no puede faltar. La esperan más de setecientas personas sentadas en sus asientos. Ansiosos. La aclaman. Ya en el camerino le cambian su peine por otros. Más grandes. Distintos. Y la maquillan. En esta ocasión tendrá que representar el mayor papel de toda su vida. No puede dejar de pensar en la tragedia. Pero no hay nadie más profesional que Ella. Sus lágrimas las más verdaderas. Su tristeza representada a la perfección. No podía ser de otra forma. Pero los aplausos no son suficientes para sentirse querida y arropada en estos momentos.

Suenan las campanas. Se despide del que fue su segundo padre. Ahora toca consolar a la que considera su hermana.

Suena en mí una llamada. La que me dicta a acercarme hacia Ella y contarle todo lo que siento. Lo que tú ya sabes, pero Ella no. Aunque ya no la conozco. Y es que han desaparecido de su rostro todas y cada una de sus dulces facciones y acentos que me hipnotizaban. Se ve diferente, de eso no hay duda. Y es que La Desgracia no ha cedido su incansable persecución por Ella. Cada día esperé en aquella parada de tranvía el instante para sincerarme. Pero nunca llegaba. Creo firmemente en los momentos que nos brinda la vida a cada segundo que pasa de la nuestra propia. Pero en aquel entonces no supe aprovechar ninguno. Quizás no eran los más acertados, ¿o sí? Ella probablemente necesitaba de mí. Yo de Ella…desde siempre. Pero nunca me arriesgué.

No se oye ningún sonido. Desde que no la veo ya no escucho. Era feliz con observarla: sus manías, sus gestos, sin mantener ningún tipo de comunicación con Ella. Ahora sigo sin hacerlo, pero no existe en mí la chispa que me alimentaba con emociones. Ya no convive conmigo esa alegría. No lo hace desde que no sé nada de Ella. Continúo esperándola en la misma parada antes de entrar a clase, pero no aparece. Permanezco con la esperanza de que llegue en uno de los tranvías. Y pasa uno. Dos. Tres. Sin rastro. A veces la imagino bajándose de uno de los vagones. Saca su peine del bolso y se peina. Nos miramos a los ojos y siento que sabe todo lo que nunca fui capaz de pronunciar. Al final he conseguido adentrarme en mi propio mundo de fantasía. Ése en el que me encuentro con Ella.

Suenan campanas.

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