miércoles, 12 de febrero de 2014

La crisis con disfraz y un nuevo corte de pelo


Cuando las últimas leyes aprobadas en nuestro país acompañan a las tijeras del peluquero

Ya tocaba. Escribo nueva entrada. 

Por fin he decido a ir a la peluquería para que me corten el pelo antes de que se empezara a confundir con un casco de moto. La realidad es que esta decisión ya la había tomado la semana pasada… pero en Madrid por estas fechas hace mucho frío y se puede ser testigo de la crisis económica desde un primer plano.
  
De vuelta de mi viaje a la capital, de vuelta al sol, al buen clima, al ritmo de vida alegre y paciente. En definitiva, de vuelta a casa. Tanta es la tranquilidad que se vive por estas tierras canarias que me costó tres días retomar el propósito con que empecé este mes de febrero. Tres días, y porque San Valentín se acerca, presiona, y exige estar decente… ahora, que debo ofrecer buena imagen.

La peluquería seguía en el mismo sitio, pero casualmente los jóvenes de mi edad nos hemos puesto de acuerdo para ir a la misma hora. Y eso que pensaba que mi horario seguía una hora adelantado. Vuelvo a ser el canario que siempre fui, sin que Madrid me cambiase. Largos minutos de espera, que se extienden hasta la hora, para que me atiendan. 

Hace siete años que empecé a ir solo a que me cortasen el pelo. Por aquel entonces las conversaciones entre peluqueros y clientes podían ser de cualquier tema, aunque siempre estaba la señora mayor que aprovechaba para desahogar sus penas. Los conflictos que habían sucedido en los barrios, calles o comercios cercanos siempre eran los más jugosos. Aquellos que comenzaban con un “Chaho, ¿sabes qué pasó?” y terminaban con un “Sí mi niño, la gente está fatal”. Hoy en día estas conversaciones siguen fieles a su costumbre, pero existe un tema comodín útil para cualquier momento… incluso para los silencios más incómodos. Y así empezó todo.

Uno de los jóvenes allí presentes, que no era yo, comenzó con la queja. Los incansables recortes del Gobierno dificultan que pueda llegar a fin de mes, pagando los gastos por vivir solo en un piso de estudiante. “Al final esto va a acabar en una guerra civil como en Ucrania”, afirmaba sin tapujos. Fue la chispa que encendió la mecha de una pólvora que parecía haberse quedado húmeda pero que comenzó a arder, poco a poco, gracias a su iniciativa.

-Son todos unos sinvergüenzas, empezando por el presidente del Gobierno”- continuó quien le estaba secando el pelo en ese momento.

-Y después nos traen al Wert para la inauguración de La Catedral. Estuvo bien que se asustara con tantos tinerfeños gritándole en la calle. Ese sí que es un sinvergüenza- el ruido del secador no fue suficiente para que una señora, de unos setenta y largos años de edad, mostrara también su indignación.

-Lo de la apertura fue un insulto. Tanto despliegue policial para proteger al [inserte aquí un insulto] ese. Pisó Tenerife con miedo de los canarios- añadió de nuevo el joven con problemas para llegar a fin de mes.

La crítica hacia el Gobierno español continuó por el camino del descontento, a través de diferentes sendas (la nueva ley de aborto, las prospecciones petrolíferas,…) pero dirigidos por un mismo guía: el insulto. Hasta que, al fin, llegó mi turno.

No quise entrar en debates ni discusiones. Solo querían que me cortasen el pelo, ese ere mi único propósito. Y así fue. Mientras el resto de humanos continuaban despotricando a políticos, ministros e infantas, yo permanecía ahí. Frente al espejo. Esperando a que con cada corte de mechón de pelo desapareciera de mi cabeza un tanto por ciento de IVA, un caso de corrupción y, en definitiva, cualquier recorte que no tuviera que ver con el que proporcionaba el peluquero con sus tijeras.

Pagué y salí del local. Entonces mi mente comenzó a pensar de manera acelerada. En tan solo nueve pasos contados logré llegar a la conclusión de que hoy en día la gente trata la misma mierda, pero con diferentes personas (sí, ahora soy yo quien escribe tabúes). Todo es aburrido, siempre lo mismo. Hasta que mi décimo paso fue quien hizo que llegara al escaparate de la tienda de disfraces. En ese momento mi ojo atisbó una gama intensa de colores a través de su rabillo, giré mi cabeza noventa grados y presencié la metáfora de mi día; Este año vuelve a estar de moda vestirse de payaso (y desde que empezó la crisis), aunque a él se suman en este 2014 otros como el de político ladrón o princesita traviesa.

De vuelta de mi viaje a la capital, de vuelta al sol, al buen clima, al ritmo de vida alegre y paciente. La crisis ya tiene nuevos disfraces. Yo tengo un nuevo corte de pelo. Y tú un consejo: no hay que llorar, que la vida es un carnaval

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