Todo empezó un día cualquiera. Parece que no nos damos cuenta de aquellas cosas que existen y están ahí por algo. La música es una de ellas, pero necesitamos que alguien nos lo recuerde. Solo basta con sacar un piano de madera a la calle.
Curiosidad, alegría y unidad. Los viandantes pasean y se acercan sorprendidos. Tocan sus teclas, se fotografían con él e incluso planean llevarse el instrumento de esperanza a casa. Su música es capaz de sobreponerse al ruido de las sirenas de los coches de policía, cada vez más frecuentes en el centro de la capital. Cada vez más frecuentes a partir de 2008. Cada vez más frecuentes.
Todo cobra sentido. Gracias al piano por aparecer en estos momentos. Gracias al genio, anónimo, que consiguió devolverles la ilusión a los habitantes con este simple gesto.
Pero esta historia no acaba aquí. Los altos cargos se hacen eco del piano Esperanza. Y un piano lo puede tocar, y cambiar su música, y manipular, cualquiera. Y exactamente eso fue lo que hicieron. ¿Quiénes? No vivimos bajo el control del Generalísimo.
Ya no queda nada del piano. Sus cuerdas, pedales o teclas han sido arrancadas, robadas. La madera ha sido distribuida por quienes lo han destrozado, y no es todo: estos la han utilizado en beneficio propio, con el fin de echarla a la chimenea y calentarse en sus casas.
Este no es el final, y lo sabemos. Lo que desconocemos es el dónde, el porqué y el cuándo llegará este día de cambio. Hasta entonces, llenemos las calles de pianos.
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