Confieso que soy un maniático. Un jodido maniático hipocondríaco que odiaría si no fuera yo. Admito también que muchas veces me encanta llevar la razón, ganar en las apuestas y rozar la perfección. Pero tengo una amiga. Y también la odiaría si no lo fuera. Aunque tiene una manía. Y es que siente grima por las etiquetas.
El yogur está a salvo cuanto más se apure hacia la tapa desde su interior, porque su lengua nunca lamerá. No tienen miedo de cuan largas sean las etiquetas de sus camisetas, porque sus manos nunca cortarán. Tampoco se preocupan por lucir la cantidad más alta las que soportan los precios en las que compra, porque sus dedos nunca arrancarán. Sí. Tengo una amiga que siente repelús por las etiquetas. Y yo…pensando en una rima que encaje correcta.
Giramos el envase de la comida y nos consuela leer sus proteínas. Mientras, otras, calculan el ejercicio para quemarlo en calorías. El mes de Lorenzo se acerca y deben estar prevenidas. Es así lo que marcan los cánones. Lo es. Y porque está escrito se convierte en la nueva religión. Una que suma a más de un millón. Y yo…que creo hallarme en una acepción.
Pero las etiquetas no entienden de géneros ni sexos. Al mismo tiempo, los machos, nos estrujamos los músculos y poco los sesos. Pero escapamos. Nos conformamos con alcanzar el cinco en nuestros expedientes. Qué más da si ya no quedan valientes. Y si la playa está llena de pechos, queremos los que mejor estén hechos. Si nos sentimos rodeados de mierda, deseamos probar la más cerda.
Y cuando la música se presenta en un escenario…es entonces cuando decidimos celebrarlo por todo lo alto. Barra libre de alcohol y cientos como nosotros bajo el sol. No importa lo que pinchen, ni el lugar donde lo hagan. Ya sabes, no te vas a enterar de nada. Te despiertas por la mañana sin resaca y de nuevo a la carga.
Ahí está. Eso es. ¿Qué es la vida? Es el mayor espectáculo en el planeta. Y para esto no escribo rimas…y tampoco pongo etiquetas.
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