jueves, 23 de enero de 2014

La misma porquería aburrida



Hoy me levanto misántropo. Demasiado. Me atrevería a decir que nunca antes había llevado tan al extremo mi faceta de misantropía. Por eso aprovecho para reunir todo ese rechazo que siento por la sociedad y publicarlo en esta entrada… sin ánimos de ofender, con todos mis respetos y mis más sinceros pésames.

Quizá haya sido el intenso mes de exámenes de universidad, mientras los estudiantes se quejan por empollar y hacerlo público por las redes (tranquilos, pronto recuperarán su tan interesante y emocionante vida social que ansían), o que mi grado de rechazo al trato humano y sus costumbres ha alcanzado su máximo récord. Lo confieso: estoy agotado, aburrido, harto de la porquería de siempre. La misma.

No solo se trata de ponerle o no filtros a la imagen de Instagram que subimos, y que lo hacemos porque nos creemos artistas (y los que no, para integrarse en la sociedad porque es la moda y queda ‘‘guay’’), de haber dejado Tuenti porque es una red social para críos, de darle a tantos ‘‘me gusta’’ en Facebook como clicks pueda soportar tu dedo índice, o de difundir estupideces por Twitter (que no, a nadie le interesa lo que estés haciendo). No se trata de compartir por el sumo de las redes sociales noticias sensacionalistas (aunque pienses que es lo más profesional del mundo), ni de que te sientas realizado después de hacerlo. Tampoco se trata de difundir vídeos, imágenes e, incluso, informaciones virales (sobre todo por la web del momento, UPSOCL). No solo se trata de eso.

El elemento esencial e imprescindible es (son) nuestro(os) dispositivo(s), por ende necesitamos uno(s). Entonces nos preguntamos: ‘‘¿iPhone o Samsung?’’. Y es que no tiene más inteligencia el que posea un móvil frente al otro, simplemente son los dos que lideran el mercado actual, los que más demanda el público y los que tenemos que conseguir. Da igual si no es móvil, lo mismo da que sea una tableta o un portátil, en su defecto (…en su defecto, ojo). Una vez lo(s) tenemos, comienza la conexión a través de ellos por ver qué hay de nuevo. Y nos damos cuenta de que tenemos que cambiar la visión que poseemos sobre las cosas porque la que teníamos hasta ayer ya ha pasado de moda.

Lo que antes nos parecía ‘‘total’’, ahora lo criticamos. Es nuestros días, aunque también horas, minutos y segundos, es habitual quejarse del WhatsApp y de su mala influencia en las relaciones (sobre todo sentimentales), protestar en contra de alimentos que pueden ocasionar enfermedades (se nos enciende la bombilla y damos cuenta de que ‘‘los excesos son malos’’), ir en contra de los patrones de belleza establecidos por la sociedad, pero seguir vistiendo a la moda (aunque no seas hipster), y dar por hecho que si eres gordo y no tienes un buen cuerpo (o al menos digno) no te sientes del todo satisfecho contigo mismo (no lo pensamos, pero actuamos inconscientemente. Lo subliminal). Y es que todo se convierte en un gran tópico en el que la sociedad se ve sumergida, girando a su alrededor y en una espiral sin fin.

Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos. Los humanos actúan según unas pautas establecidas por ‘‘el más allá’’ y da igual la tendencia que sigan, el hecho es que lo hacen. Mientras leen los mismos libros y van a ver las mismas películas al cine (los que pueden), planean sus vidas en un futuro. Uno en el que se ven triunfando como el sistema capitalista quiere que hagamos ya que, si no es así, nos hundiríamos en la más absoluta crisis existencial. Crisis. Y nadie ‘‘del más allá’’ te garantiza salir de ella… ni en diez años.

Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos. Pero incluso soñando. Sí, porque mientras duermes imaginas que por fin llega el día. Por fin llega y sales de fiesta para liberar tensiones después de exámenes, para festejar el cumpleaños de tu amigo (o conocido, no importa… la cuestión es centrarse y salir de fiesta), para celebrar que te has sacado el carné de conducir con 19 años (como todos los de tu entorno) o para aprovechar antes de volver a ponerte a empollar, quejarte al Gobierno y manifestarlo por las redes sociales, nuevamente. Por fin llega y acudes a ese festival al que tanto ansiabas ir. Aquel que habían anunciado durante meses. Esa celebración, ‘‘innovadora’’, de música que te han recomendado asistir porque ya otros amigos han disfrutados años (o meses) anteriores. Sí, festivales periódicos a los que cada vez va más gente no por recrear sus oídos con su música sino por ‘‘postureo’’ (qué interesante término).

Desde que me levanto hasta que me acuesto, e incluso soñando. Me doy cuenta de la sociedad en la que vivo y en cómo me repugnan cada vez más sus costumbres. Descarto que sea ‘‘endofobia’’. Lo afirmo porque no tengo fobia al país en el que vivo. No, porque soy el primero que apoya a su selección de fútbol en los ‘‘mundiales’’ y ‘‘eurocopas’’, quien lo comenta por Twitter y comparte vídeos del gol de Iniesta en Facebook o el que sube la imagen del paradón de Casillas a Instagram, pero sin filtros.

La conclusión de esta publicación coincide con su último párrafo, por eso de seguir unos esquemas de redacción. Quiero ser claro y conciso: cuanto más rápido nos demos cuenta del comportamiento de la sociedad, siendo un hecho sin remedio, y lo aceptemos, antes nos ahorraremos en enfados y en quejas hacia ella. Sin ignorancias. Me consuela pensar que muchos piensan y actúan como yo, aunque no sea cierto. Lo digo ahora y antes de que se ponga de moda ser misántropo. En ocasiones, retirarse es una victoria. A pesar de que no logre parecerme a Beckham aunque me llame David.


*(Pd: para todos aquellos que se sientan identificados con esta publicación y que, por consiguiente, se hayan sentido ofendidos… les pido compresión, respeto y que me inviten a una copa estando de fiesta).

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