jueves, 30 de enero de 2014

Al menos serás una calle


Desde que eres un crío te explican la importancia de la responsabilidad en la vida. Te enseñan que debes ser constante en las tareas, luchar hasta conseguir una profesión, o un título que así lo refleje, competir contra ti mismo, llevar tus límites al extremo y llegar a lo más alto. Sí, desde pequeño te intentan convencer de que el éxito profesional debe ser el objetivo primordial y definitivo en este sistema capitalista en que vivimos.

Cuando tienes 10 años sueñas con ser futbolista profesional, estrella del rock, piloto de aviones de guerra o astronauta. Mamá y papá se muestran entusiasmados con tus aspiraciones y les llena de felicidad pensar en que lo serás. Siempre aspirando a lo más alto, como venimos acostumbrando. Ya en la secundaria obligatoria tu conciencia baja desde el transbordador espacial de la NASA para asentarse y quedar atrapada en tu mente. Y entonces te ilusiona convertirte en médico, ingeniero, abogado, profesor, arquitecto o periodista. Pero cuando finalmente consigues el comprobante de bachillerato, tus expectativas han sufrido tantas idas y vueltas que se acaban transformando en la decisión más trascendental de tu vida hasta el momento. Entonces razonas y optas por un trabajo que te asegure un futuro. Uno en el que quizás puedas alcanzar el éxito que ansiabas de pequeño y así lograr que te recuerden.

Mientras estudias la carrera de derecho tu máxima aspiración sería convertirte en político. Alcalde del pueblo, presidente de la autonomía o líder de tu región. Diferentes propuestas según el alcance de tu transbordador espacial. Acabas los estudios superiores y ya eres profesional. Trabajas duro y luchas por un puesto de trabajo digno. Lo consigues. 

Como jefe de tu comunidad autónoma tienes una imagen pública, la gente te conoce, habla de ti, te critica y te alaba. Todo mientras tú continúas llevando al extremo tus habilidades… no te conformas, quieres seguir ascendiendo. Y en ese camino hacia la presidencia del país vas olvidando algunos de los valores más importantes  que una vez te enseñaron: la responsabilidad. Y te pierdes. Eres corrupto. El dinero que has robado a los ciudadanos que lideras lo escondes en paraísos fiscales y, aunque nunca se sepa sobre el delito que has cometido, logras alcanzar tu objetivo y el del sistema en que viviste pero ahora presides. Nadie lo sabe, pero hasta entonces serás recordado como un héroe de los derechos humanos. Serás recordado por tu labor de constancia y competencia. Serás recordado por haberte convertido en un modelo a seguir de superación y esfuerzo. Serás recordado, o al menos tendrás tu nombre en la placa de una calle.




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